Extrañarte nunca será suficiente

 Mi amiga se quitó la vida en un día como hoy, en el 2018. Yo tenía recién cumplidos 23 años, ella cumpliría 22 en mayo. 

Había sido un día normal. Vivía en otra ciudad con una de mis reales, tenía un trabajo estable. Me esforzaba mucho en ser una buena maestra, una buena amiga, una buena hija, una buena novia, una buena persona en general. Había dejado de escribir, y es que dar clases es emocionalmente agotador, pero leía bastante y tomaba mucho también. Las cosas se habían puesto bastante raras -y dolorosas- entre Karli y yo, pero lo manejábamos como mejor podíamos a esa edad, considerando que vivíamos en el mismo edificio.

Estaba teniendo problemas en mi trabajo a razón de los otros adultos con los que trabajaba, pero me obligaba a mí misma a no perder el ánimo: Era poco más de la mitad del ciclo escolar, y el festival del día del niño se acercaba. 

Esa noche salí del trabajo y mientras volvía en transporte público a mi casa recibí la llamada.


Desde mis tiernos años de infancia tengo relacionadas las llamadas -a cualquier hora- como una mala señal, la de la muerte. Contesté aunque no tuviera el número identificado. ¿Por qué contesté? Nunca contesto llamadas de extraños. Y sentí que se me iba el aire cuando tampoco identifiqué la voz, los sollozos, y algo dentro de mí se rompió cuando ubiqué el nombre de la persona que se presentaba: Su novia.


Es extraño. Si me lo preguntan, puedo rememorar paso a paso lo que pasó esa noche, pero después ya no. Sé que me bajé en la parada usual, sé que pasé al súper mercado antes de llegar, sé que compré el doble de alcohol que habitualmente compraba. Sé que llegué a casa, sé que platiqué con mi roomie, y sé que cené, me bañé y me metí la la cama. 

Trago tras trago, contesté los mensajes que tenía pendientes, y más tragos, y más tragos, y entonces me quedé dormida.

Tardé varios días en reaccionar, fue como si me hubiera muerto yo también. En mi cabeza no había más que silencio, y vacío en mi panza. Estaba cansada, me dolía moverme, no quería hablar y me obligaba a hablar porque ¡Tengo trabajo! ¡Tengo roomie! ¡Tengo pareja! ¡Tengo amigxs! ¡Tengo cosas por hacer!


No fui a su evento fúnebre, no podía desatender mi trabajo y no me atreví a pedir un permiso porque sabía que no me lo iban a dar -O quizás sí, y sólo no quería ir-, pero cuando volví a mi ciudad como cada fin de semana, lo primero que se me ocurrió fue ir al panteón.

Y no llegué ni a la entrada, me quedé llorando en la banqueta de la esquina.




Después de eso me rompí más, con fuerza y brutalidad. En mil pedazos. Luego mi vida se puso peor: Lo de Karli llegó a un punto crítico, mi entonces novio me mandó al diablo, los problemas en mi trabajo se hicieron más presentes, sus hostilidades y violencias más directas y yo me quería morir.

Bebía un montón y lloraba en todos lados, no podía contenerme. Llegaba con resaca al trabajo, llegaba enojada con mi familia porque querían hablar conmigo, ignoré a mis amistades, sólo quería que todos se callaran y me dejaran en paz.

Quería morirme, quería hacer un agujero en la tierra y pudrirme ahí alv. 




Sólo pensaba en lo mala amiga que había sido yo. Ella ya me había dicho que la terapia no le estaba funcionando. Dejé algunos mensajes sin contestar. Cuando quiso presentarme a su novia le evité el plan -¡Estaba ocupada quemándome con el ritmo de vida que llevaba!-. 

Yo sé, después de mucho pensarlo, que no habría podido salvar a alguien que no quería ser salvada. Pero me mata la idea de que sus últimos momentos en esta tierra los pasó sola, asustada, adolorida. ¡Yo debía estar ahí, con ella! ¡Quizás no la hubiera podido hacer cambiar de opinión pero la hubiera podido acompañar!

¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué no se despidió? 

Ni siquiera me atrevería a cuestionar sus motivos, yo más que nadie me he planteado durante mucho tiempo el por qué tenemos que vivir obligados, ¡Pero algo hubiera podido hacer!



Los recuerdos se vuelven delebles con el tiempo, eso lo tengo claro. No sé si es cosa de la depresión, del covid, o del alcoholismo pero estoy empezando a recordar cada vez menos ciertas épocas de mi vida. Hubo un año, creo que literalmente en su primer aniversario luctuoso, en que olvidé que lo era. Y me sentí la peor persona del mundo.


A veces me siento así cuando empiezo a agarrarle un poco de gusto a mi vida, cuando estoy feliz por una temporada considerable. Cuando la olvido unos minutos.

Y lloro, ustedes saben que yo no soy una persona que llore con facilidad, estoy bastante estriñida emocionalmente pero hablando de ella lloro a mares, me duele todavía mucho pero ya no estoy enojada.

Cuando las cosas se ponen mal y de verdad con mucha amargura pienso: ¿POR QUÉ NO ME LLEVASTE, SI YO TAMBIÉN LA ESTABA PASANDO MUY MAL? me da risa imaginar lo que diría. Nuestras bromas, su gentileza, su paciencia conmigo, su voz siempre alegre, el brillo en sus ojos. Y me vuelvo a enojar, y me vuelve a doler pero prefiero sentir estas oleadas de duelo que olvidarme de ella por completo.



Sus recuerdos como acuarela que se pueden deslavar a la menor provocación, me preocupa mucho que mi memoria no logre mantenerlos con los colores brillantes con los que los pintamos, pero he llegado a la conclusión que el amor que siento por ella está tatuado en mi corazón, y eso nadie lo podrá despintar.



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